Lena Yau: la
literatura, el hambre y la belleza
Lena Yau está en Venezuela para presentar
dos libros recién salidos de su cocina literaria: la novela Hormigas en la lengua y el poemario Trae tu espalda para hacer mi mesa.
Ambos están impregnados de esos primeros olores aún no redimidos por el aire
del lugar y de un sabor destinado a cambiar cuando les baje un poco la temperatura.
Se hallan en un momento perfecto para saborearlos bien y permitirles
adecentarse en una lectura llena de curiosidad y deseo. Yo lo he hecho y me han
sorprendido pues he probado en ellos sabores inesperados. Mis expectativas
fueron completamente socavadas; los libros tenían texturas y matices desconcertantes.
Esto me condujo a una grata experiencia y dejó frente a mí
una escritora sólida; decidida a no hacer concesiones a quienes solo buscan en
ella algunas experiencias gastronómicas.
La lectura de las obras lo apura
a uno a decir muchas cosas. Al inicio del artículo estuve tentado a escribir con
el entusiasmo de quien hace una sobremesa y no puede dejar de hablar atolondradamente
de una comida bien elaborada, servida de forma impecable y con una complejidad
de matices y memorias culinarias capaces de retar al más voraz sibarita. Sin
embargo, decidí frenar el entusiasmo y referirme solo al territorio más
profundo y por lo tanto más sabroso de estas obras literarias: su capacidad de dejarnos
habitar lo poético, de aludir a nuestros propios límites humanos.
La aproximación inicial a los
trabajos de Lena Yau puede conducirnos sin obstáculos hacia la seductora
superficie de su quehacer literario: la comida, la cultura culinaria, la
relación entre la palabra y el sabor, el erotismo de los rituales del paladar y
una geografía llena de lugares “saboreados” intensamente. Todo eso está presente,
pero cuando traspasamos el efecto maravilloso de semejante escenografía nos encontramos
con la verdadera fuerza de su voz poética. ¿Dónde ocurre esto? ¿A qué profundidad?
En cada una de las páginas, delante y detrás de las palabras. Ahí lo más
básico, frágil y auténtico de nuestra humanidad se deja ver y nos señala la
belleza de nuestros límites.
“Antes del verbo/y de la
carne/fue el hambre”, estos tres versos me condujeron a una idea expuesta por
el psicoanalista norteamericano James Hillman: volver al animal implica
retornar al impulso poético. Y eso me permitió entender las obras de Lena Yau más
allá de los clichés usuales de una literatura temática. En verdad, la novela y
el poemario son un esfuerzo de la autora por mostrarle a las palabras su estado
más básico. Le señala al lenguaje su nexo con la necesidad antes de dejarlo adueñarse
del espacio literario. ¿Qué significa esto? Heidegger nos enseñó que si bien el
ser humano suele comportarse como el forjador y dueño del lenguaje, es en
realidad el lenguaje nuestro dueño y señor. Y en este sentido, al sumergirnos
en los dos libros, guiados no por el ego sino por la fuerza donde la palabra
emerge –el hambre, el impulso de comer, el deseo innato en los rituales
culinarios–, estamos también haciendo un ejercicio de volver a la verdad donde los
humanos nos hacemos más frágiles: no estamos hechos para trascender sino para
desear. Lenguaje y humanidad son puestos a prueba, no por un dios sino por su
límites esenciales.
El habla, tan importante en los
dos libros, no tiene la función de ofrecernos panoramas o tratados sobre la
cultura de la alimentación. De ahí el tono y la estructura fragmentaria,
heterogénea y contemporánea de las obras. Tiene otra misión, una doble misión:
recuperar el estado primordial donde la palabra emerge y conectarnos a través
de ella con lo básico de nuestra naturaleza humana. El asunto de la novela y el
poemario no son los alimentos, los platos o los lugares de comida sino el
impulso, el arrebato, la potencia necesaria para llegar hasta ellos: “Somos más
felices hablando de comida que comiéndola”.
La novela y el poemario no son
monumentos al poder de la palabra sobre la alimentación y la cocina. Su valor,
lejano a la esencia del poder, reside en revelar una naturaleza imprescindible
para habitar el mundo, al menos desde la literatura: la necesidad incontrolable
de nuestra especie por extraer la belleza del lenguaje y observar en ella los
límites de nuestra condición humana. Volviendo a Heidegger podemos decir que
“el hombre habita en tanto que construye” y ese construir tiene relación
directa con el poetizar: “Poetizar construye la esencia del habitar”. Lo
poético en Lena Yau construye las referencias donde aceptamos lo esencial. De
ahí extraemos la energía para alimentarnos como poetas, para buscar lo más
bello: “Mi lengua/capa de hielo/que refleja/las letras/de tu nombre”.
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