JALPA: UNA RED LLENA DE "EXPERTOS"
EL FANATISMO, INTERNET Y LA DESTRUCCIÓN
El cine “no sólo reprime el valor cultural porque pone al público en situación de experto, sino además porque dicha actitud no incluye en las salas de proyección atención alguna. El público es un examinador, pero un examinador que se dispersa".
El filósofo alemán Walter Benjamin escribió esta idea en su famoso ensayo La obra de arte en la época de su reproductibilidad técnica en 1936. Casi ochenta años después el problema del público y la dispersión está vivo en la cultura de masas. Internet pareciera haber puesto, no a ese “público” del siglo XX –que tenía unas características particulares–, sino a todo el planeta del siglo XXI en situación de experto.
Las redes sociales se han convertido en los espacios predilectos para el intercambio de opiniones, la crítica social y la generación de tendencias en el consumo masivo. También son el nuevo contexto de ese “examinador que se dispersa”. Millones de internautas en este siglo han asumido el papel de “doctos” en cualquier tema. La actitud de experto conlleva a perder el pudor a la hora de comentar un tema, por complejo o trivial que este sea. No importa si se trata de un discurso del Papa, las amenazas de Kim Jong-un, el trasero de Kim Kardashian, la extinción del tigre de Bengala, la crisis de los refugiados en Europa o la mecánica cuántica; ese “examinador que se dispersa” siempre dirá algo.
Varios intelectuales contemporáneos han tomado la batuta de manos de Benjamin para arremeter contra esta popularización de la doxa. Mario Vargas Llosa, siguiendo a Van Nimwegen, alertó sobre un peligro latente en la revolución de la información: “Cuanto más inteligente sea nuestro ordenador, más tontos seremos”. Julián Marías afirmó que internet, pese a tener “cosas maravillosas”, por primera vez organizó la imbecilidad: “Hubo imbecilidad siempre; imbéciles iban al bar, hacían públicas sus imbecilidades, pero es ahora cuando se organizan, con gran capacidad de contagio”. Umberto Eco se refirió a cómo legiones de “idiotas” han adquirido el derecho de hablar en las redes sociales: “Si la televisión había promovido al tonto del pueblo, ante el cual el espectador se sentía superior, el drama de internet es que ha promovido al tonto del pueblo como el portador de la verdad".
Jorge Luis Borges en su cuento Tlön, Uqbar, Orbis Tertius –escrito mucho antes de la era de las redes– atribuyó la siguiente idea a uno de los heresiarcas de ese extraño mundo llamado Uqbar: “Los espejos y la cópula son abominables, porque multiplican el número de los hombres”. Hoy las redes sociales multiplican el número de expertos y eso también puede llegar a ser abominable. Más aún si tomamos en cuenta que detrás del simulacro de la experticia proliferan actitudes abyectas.
Pujya Swami Dayananda, maestro y comentador del Bhagavad Gita, habla de cuatro tipos de diálogos. Me voy a referir a dos de ellos. Uno ocurre entre personas interesadas en descubrir la verdad. Todos los participantes exploran, debaten; quieren aprender. Este se llama vãda. En un mundo ideal, el espíritu de esa forma de diálogo recorrería las redes sociales; sin embargo esto no ocurre así. La multiplicación de los expertos, a niveles jamás conocidos en la historia de la humanidad, ha colocado en el centro de nuestra cultura otro tipo de diálogo: jalpa. En él suelen participar personas aferradas a sus creencias; no se escuchan una a la otra. Simplemente hacen un despliegue de ingenio personal. Este es el principio del fanatismo. Eso es lo que pareciera imperar en las redes sociales.
Lamentablemente, el nuevo “examinador que se dispersa” es el fanático. Está narcotizado por sus propias opiniones y desata sobre los demás un ego desbordado que usualmente carece de lectura. También de un mínimo de reflexión. Lo importante es opinar en tiempo real, sobresalir: ser un pequeño Donald Trump o un Maradona sin balón. Esta condición es parte del “efecto del medio”, así lo podemos entender desde Marshall McLuhan. No obstante, es un modelo derivado del presentador charlatán, del político irresponsable y del cómico de radio y televisión. Estos personajes suelen destruir sin piedad el trabajo o la reputación de otros.
Cuando leo en las redes sociales comentarios rabiosos o sarcásticos respecto a las creencias de alguien, a su género, a su raza o escucho a un locutor charlatán en los medios tradicionales destruyendo el trabajo de un grupo de personas me pregunto: ¿ese que está socavando con sus palabras lo que para alguien es importante tiene algo que ofrecer a cambio? ¿O es un juego donde la única posibilidad es la destrucción? Ojalá las palabras en las redes y en los medios ofrecieran opciones siempre, alternativas o apertura a la discusión. Al menos habría coexistencia y una cultura colectiva con un mínimo de reflexión.
Imagen: Capacitor. Antony Gormley
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