jueves, 26 de septiembre de 2013

Valores en tránsito



VALORES EN TRÁNSITO


A veces en las tardes una cara
nos mira desde el fondo de un espejo;
el arte debe ser como ese espejo
que nos revela nuestra propia cara.
J.L. Borges


Valores en tránsito, como corresponde a una academia, es un ejercicio de comunicación visual, intervención cultural y reencuentro con nuestra identidad universitaria. Al igual que la mayoría de los discursos contemporáneos esta instalación gráfica ha sido diseñada a partir de la idea de diálogo, transformación, inclusión, participación, encuentro de miradas y multiplicación de los saberes. Cada una de las piezas desplegadas en el campus tiene un formato indiscutiblemente urbano, una estrategia de comunicación abierta al ciudadano y un modo expresivo que le habla a todas las generaciones. Juntas conforman una gran instalación gráfica realizada para conmemorar los sesenta años del compromiso que la UCAB ha tenido con el país. Por lo tanto, lejos de constituir un sermón sobre la identidad es la puesta en escena, en tiempo real, de aquello que nos hace humanos y nos reafirma en la búsqueda del conocimiento y del bien común. Por eso, todos los carteles expuestos aquí están asociados a los valores fundacionales de nuestra casa de estudios y derivan de la reflexión que se ha hecho sobre ellos: EXCELENCIA en la búsqueda de la mejor elección, SOLIDARIDAD en el compromiso social, RESPETO MUTUO como conciencia ciudadana, COMPROMISO con el desarrollo sustentable, RESPONSABILIDAD en la autonomía real de la academia, SERVICIO AL OTRO desde la visión cristiana de la vida, “EN TODO AMAR Y SERVIR”.

El propósito de este trabajo es que esos valores, llamados a hacernos mejores ciudadanos, no sean una referencia abstracta sino la motivación diaria de nuestras acciones, el espacio permanente de nuestras reflexiones y la demostración de nuestra sensibilidad estética. Por eso la idea de ponerlos en tránsito, es decir, ubicarlos a la misma velocidad de los transeúntes. Así nunca serán un paisaje o una marca sino una sensación que nos acompaña durante las horas que pasamos estudiando, trabajando; en fin, siendo ucabistas.  

 La propuesta, en sí misma, es un experimento de urbanismo unitario. En este sentido, se une a los esfuerzos que están llevándose a cabo en todo el planeta para salir del aislamiento y recuperar el espacio público. En ella el espacio llega a convertirse en polifonía, en metáfora y en un ejercicio de realidad argumentada. La práctica de nuestras rutinas cotidianas se potencia con los testimonios de aquello que construye ciudadanía, cultura y civilización. Es también una red expresiva que une la palabra con la imagen, las voces de los intelectuales latinoamericanos con la de los estudiantes, trabajadores y profesores de la universidad; lo virtual con lo real y la provocación visual con la reflexión.
Las gigantografías que cubren el Edificio de Aulas, al igual que los carteles impresos sobre vidrio expuestos en el Edificio del Rectorado, son la metáfora visual de cada valor, su síntesis gráfica y, porqué no, la atmósfera sensorial de las emociones que alimentan su significado. Tienen la misión de generar un clima expresivo, una provocación visual o como afirma el maestro Santiago Pol: “una bofetada gráfica”. Ellas transforman la arquitectura donde se encuentran. Lo hacen subvirtiendo la estructura funcional hecha en obra limpia con un gesto estético y, a la vez, organizando la nube semántica de las emociones que circulan a través del proyecto.

La instalación tipográfica del tercer piso del Edificio de Aulas es un enorme libro diseñado a manera de un espacio borgiano. En él todas las lecturas, todos los espacios y todos los recorridos son posibles a la vez. La transparencia de la lectura sobre el vidrio y los distintos portales hacia Internet, que acompañan a la lectura, multiplican su alcance y sus posibilidades. La composición inicial está gobernada por los seis valores asociados a los carteles -los cuales, a su vez, están organizados en los seis módulos del edificio- y a tres campos semánticos que resultaron de la investigación: Honestidad, Compromiso y Respeto. A través de este sistema quedan diseminadas varias escalas de lectura: un marco cultural compuesto por párrafos extraídos de entrevistas y conferencias de intelectuales latinoamericanos, una serie de tweets asociados a una etiqueta (#valoresucab) que provienen de lo expresado por la comunidad sobre sus valores y otra serie de tweets extraídos de líderes de opinión, en el ámbito cultural, de Latinoamérica. También, un gran número de palabras reunidas bajo el nombre de Polifonías que multiplica el clima expresivo de los campos semánticos. Códigos QR, direcciones URL, etiquetas y cuentas de Twitter acompañan a los textos. No hay un recorrido único ni una sintaxis lineal. El pasillo puede ser abordado desde cualquier fragmento ya que esa porción está entretejida con la totalidad de la instalación. Igual ocurre con el diálogo cromático entre la tipografía, los carteles, la arquitectura y la identidad gráfica de la UCAB. 

El trabajo, en su conjunto, es la integración total de los resultados de la  investigación analítica, documental y visual. El diseño de carteles y gigantografías fue hecho por Santiago Pol: un maestro que le ha dedicado toda su vida a la comunicación urbana, a la construcción del imaginario de nuestras ciudades, al optimismo ciudadano, a la provocación estética y a nuestra esencia como venezolanos; la cual llama: “calor, color y amor de la Pequeña Venecia”. El diseño de la instalación tipográfica lo elaboró Teresa Mulet quien ha dedicado su carrera a la investigación de la palabra, al activismo ciudadano desde el diseño y al poder transformador que tiene la tipografía en los espacios urbanos. El trabajo de procesamiento de datos fue hecho por la profesora Luisa Angelucci y tanto el análisis como la investigación documental fueron realizados por el equipo completo donde también estaban José Luis Da Silva, José Francisco Juárez, María Elena Mestas, Mariela Matos y quien escribe esta nota que tuvo la responsabilidad de coordinar la investigación. La corrección de los textos la realizó el lingüista Ricardo Tavares y el registro audiovisual fue dirigido por la profesora Raquel Cartaya. El equipo fue organizado y tutelado por la profesora Silvana Campagnaro, Vicerrectora Académica.    


Valores en tránsito es, también, un ejercicio transdisciplinario de la universidad. El proyecto, desde sus inicios, fue una suma de voluntades que integró los esfuerzos del Rectorado, del Vicerrectorado Académico, del Centro de Investigación y Formación Humanística (CIFH), de la Dirección de Comunicaciones, de la Dirección de Promoción, de la Dirección de Pastoral y de la Fundación Andrés Bello. La dirección ejecutiva fue realizada por Sebastián De La Nuez y Deborah Cordero quienes se abocaron con absoluto compromiso a construir la estructura administrativa y logística que hizo todo posible.  Asimismo, contamos con el generoso aporte del Banco Exterior, una institución que se ha comprometido junto a nosotros en la promoción de una cultura ciudadana centrada en lo humano y sustentable en el tiempo.

7 CARTELES (60X90 cm)

COMPROMISO 
EXCELENCIA

RESPETO MUTUO

RESPONSABILIDAD

SERVICIO AL OTRO 
SOLIDARIDAD

EN TODO AMAR Y SERVIR


7 GIGANTOGRAFÍAS (3,7OX10,50 mts y 10X20 mts)

Esta imagen es cortesía de Monte y culebra





INSTALACIÓN TIPOGRÁFICA (290 mts lineales de impresión)













martes, 14 de mayo de 2013

Fedosy y el blues




FEDOSY Y EL BLUES


Por la mañana temprano, antes del día
El blues baja a mi encuentro
Muddy Waters



Volver a Instrucciones para leer este libro me hizo pensar, después de mucho tiempo, en los viejos bluesmen que conocí gracias a la colección afroamericana del Dr. James Scott. La primera vez que lo terminé provocó en mí un feeling particular. Sentí que ahí se estaban moviendo formas expresivas, humores creativos y ciertos tonos que llamaban al lector desde territorios más bien profundos. La segunda lectura dejó atrás lo sensorial y fue restituyendo, de forma concreta, en mi memoria, los sonidos oscuros de las piezas musicales de aquellos maestros, la despiadada cotidianidad de sus versos, las expresiones fascinantes –por posesas, desfachatadas y eróticas− de B.B. King, Lightnin Hopkins, Howlin Wolf o Little Walter entre otros. ¿Cómo olvidar que nadie ha fumado con más estilo que Lightnin Slim? Ni los Rat Pack pueden compararse con su talante. Todo esto regresó entre líneas, como un polisón que indirectamente se ve tentado por la trayectoria de la nave salvadora, y comenzó a forcejear con la lectura. No se trataba de una competencia entre mi memoria y lo escrito, sino de un acoplamiento; más bien fueron una serie de empujoncitos para calzar en el mismo espacio. Y eso me condujo a través de una experiencia que terminó en las líneas de este escrito.  

Muchos de los personajes que saltaron la barda exigiendo pasar de la memoria a la lectura fueron –a mitad del siglo XX− seres acostumbrados al tránsito, a la mudanza por deseo o por rencor, a itinerarios cuyas escalas eran las dificultades y las promesas inconsistentes, o estrategias para lidiar con el olvido al que estaban sometidos. Los bluesmen viajaban en tren o en bus hacia el norte de los Estados Unidos. La decisión de hacerlo era tomada por un impulso o una necesidad; de ahí que podían espetar con premura: “voy a coger la primera cosa que eche humo y largarme”. Entonces emprendían un extenso trayecto en busca de un destino mejor. Así los hoboes esparcieron el blues por el territorio norteamericano. Eran la voz cotidiana de un cuerpo social del que, paradójicamente, querían diferenciarse: campesinos y obreros. Sus andanzas, sus versos y sus peleas no eran épicas; olían a gente común. No había héroes sino andariegos, nunca iban tras la conquista sino olfateando el rastro de la ilusión.  No había un caballo o una espada con nombre sino una maquinaria que era un sonido, un ritmo, una lucha y una oportunidad. John Lee Hooker cantó: "Cuando me hice hobo por primera vez/ elegí como amigo a un tren de mercancías".  Muchos de ellos vivieron y cantaron de forma anónima, insertos en las corrientes de las grandes migraciones afroamericanas dentro de los Estados Unidos.

Mi lectura pasó por distintas etapas, sin embargo dos líneas terminaron de mezclar las páginas del escritor con lo que fue el estilo de aquellos cantantes vagabundos: “Era un hombre con una vida oculta, de allí que le fuese tan difícil hallarse a sí mismo”.  Al instante entendí que Instrucciones para leer este libro tiene mucho de blues. Pero nadie debe esperar una relación lineal o una referencia literal. Jamás la va a encontrar. En verdad se trata de sus hechos cotidianos siempre alterados por conflictos sospechosos, de sus notas oscuras, de la ironía, la felicidad provisional, los crímenes torpes, la religiosidad que se acepta por conveniencia, su poesía conceptualizada por una suerte aciaga, de la ternura capaz de convertirse en una hojilla y de ese erotismo cochambroso que juega a la provocación cuando se acerca a la sutilidad. Por supuesto, el libro de Fedosy es mucho más que mi experiencia. Uno pudiese abordarlo desde sus relaciones con las complejas tramas literarias que propone, desde sus asociaciones con lo cinematográfico o con sus guiños a los teóricos postmodernos. Sin embargo, eso se lo dejo a los críticos literarios y a los estudiantes de Letras.

Uno de los aspectos que convierte a las instrucciones de Fedosy en un libro bluesman –no en el libro de un bluesman− es su particular compromiso con lo cotidiano. A lo largo de toda la estructura –y a pesar de que así lo anuncia en la segunda parte− la realidad nunca es “realismo”.  Más bien es una experiencia donde conviven los hechos y sus comentarios, los objetos y su carga simbólica, los ojos que miran a la distancia y la mirada que está abrazando de cerca. Hay una mezcla de vida diaria con esos clichés de la cultura popular que tensan la imaginación de los ciudadanos anónimos. No hay un espacio de ficción que toma la realidad ni una realidad que invade la ficción; los hechos ocurren porque son así, porque la gente tiene esas emociones, porque hombres y mujeres se masturban, porque hay medios de comunicación y están acompañándonos el día entero, porque consumimos, porque hay hombres que se visten de mujer y viceversa, porque estamos sometidos todos los días al test que nos pide fantasear con la idea de ser lo que no somos, porque no hay forma de arrancarse los deseos, porque reímos en las funerarias, porque hacemos del objeto más nimio la oportunidad perfecta para una fe provisional, porque en nuestra realidad inestable “La gata zumbó/ La gata cantó/ La gata berreó/La gata mugió//Barritó/Cacareó/Trizó…/y finalmente/Al cabo de tanto destiempo/La gata maulló”. Y es eso, justamente, lo que hace del texto una lectura controversial: la voz narrativa que construye todas estas instrucciones no le tiene miedo al simulacro porque nació en su era, en su clímax, en su definitiva instauración.

En muchos de los relatos (¿Poesías? ¿Chistes? ¿Minicuentos? ¿Fragmentos? ¿Recuerdos?), como en el blues, todo lo dicho le pertenece a una vida difícil y aún así anhelada. Los hechos tienen un sabor penetrante a apetitos profundos que, muchas veces, ni siquiera encuentran la oportunidad de huir de la imaginación. Por eso las soluciones no son heroicas y están prestas a ser complacientes o, sin temor alguno, displicentes como ocurre en estas líneas cantadas por B.B. King:

Miro por todas partes a mi alrededor
Pero mi nena sigue sin aparecer.
Como no pueda echarle la mano encima
Me iré al burdel (por allí es por donde andan rondando todos los hombres)

En Instrucciones para leer este libro podemos saltar de “Yo soy uno de los pistoleros. Yo soy el duro de Clint”, a esa vida que ocurre en baja resolución y de la cual nos quedamos prendados porque nos pertenece: “Me despierta el llanto de un niño. Debo ir a buscarlo. Debo darle tetero. No puedo seguir escribiendo (¿o durmiendo?)”. Momentos que terminan con una despedida indiferente pero guiada por necesidades extraordinarias. Hay un desplazamiento insólito encadenado a la promesa de volver a su origen natural, hay un momento de quiebre donde todo es posible y ocurre, y es vivido con intensidad. Sin embargo, no dura y esa es la verdadera revelación. Lo asombroso, al final, siempre retrocede a su orden cotidiano. En ese movimiento mordaz, irónico, sarcástico e hilarante el texto comienza a gritar “I get the blues”.     

El libro de Fedosy no es una rayuela, ¡gracia a Dios! No hay jazz, hay blues. Su estructura no es un sistema dominado por los saltos y la magia de la improvisación. Es una libreta de mandados, una receta literaria, un documento ordenado por instrucciones directas al lector; es la bitácora de un camino donde la lógica no importa mucho, no porque el escritor persiga la maestría de la deconstrucción, sino debido a que la ambigüedad y el claroscuro forman parte de su humor: “Adiós, o al Diablo, da lo mismo”. Instrucciones para leer este libro es un libro artefacto. Es un escrito guiado por la voz de un deus ex machina que desdeña la posición central y no le da concesiones al poder; que entra en escena desde el principio colgado en su maquinaria narrativa con la labor de complejizar todas las situaciones y nunca resolver. Leerlo es seguir seis mandatos cuya misión es intentar reagrupar la realidad. Y sin embargo, su ironía y, por lo tanto, su acierto es que la dispersan. 

          Esta obra de Fedosy es, sin duda, un libro valiente para lectores valientes. Entrar en su territorio literario es  someterse, hasta el final, a la imprecación: “Cierre el libro antes de que el libro lo muerda, gracias por leer el libro, amén: y no se olvide de esta frase reveladora”. Y si seguimos este mandato forjado, para nuestra suspicacia, con un tono religioso hemos de tener la seguridad de que no lo olvidaremos; como no olvidamos al blues una vez que nos ha mordido el ánimo para dejarnos contaminados de su humor. 






              

lunes, 18 de febrero de 2013

Buenos Aires






UNA MÁQUINA FELIZ: HAY QUE DARLE TIEMPO A BUENOS AIRES

A Didi, por el “susurro del lenguaje”.

Charles S. Peirce, en un artículo intitulado Tricotomía[1], desarrolla, entre otras cosas, la idea de eso que llama: la conciencia singular o simple. Con este término hace alusión a un fenómeno de la percepción sensible. En él es revelado, a nuestro ser consciente, lo “inmediatamente presente”. Es decir, en la conciencia singular son activadas todas las operaciones semióticas referidas a una sensibilidad anterior a la información. Se trata de un estadio previo a cualquier análisis porque está distanciado del pensamiento que pondera la realidad y ordena los discursos. Es un paso aún lejano del dato concreto y de la interpretación. Es, también, el ámbito de nuestra conciencia que antecede a la memoria y al documento. Es la percepción de todo aquello capaz de fluir sin detenerse, sin ordenarse frente a un examen. Es, en sí misma, la percepción que existe como sensación pura antes de toda categoría lógica. Ahí los signos son posibilidades y no hechos, son cualidades del sentir y no argumentos; existen porque son percibidos pero no porque estén referidos a una ley.

Este primer estadio sensorial del conocimiento, al que Peirce concibe como siempre fresco, siempre nuevo y en el que destaca “una multiplicidad sin límites”, le preocupó y ocupó buena parte de su vida. En una mini biografía sobre este filósofo norteamericano Karina Vicente nos refiere a su preocupación por “desarrollar los aspectos sensoriales del conocimiento” y el énfasis con que se dedicó al desarrollo del gusto. A tal nivel que la biógrafo nos relata cómo llegó a convertirse en un “degustador profesional”. Las sensaciones, por lo tanto, son en Peirce el ground de toda percepción y, ahí, se aloja una parte significativa del conocimiento.

Nada hay más contemporáneo que la correspondencia entre lo sensorial y la exploración. Uno puede pensar que esto ha existido siempre y es verdad, sin embargo divagar, navegar, errar y otras tantas experiencias laberínticas son también formas del conocimiento que han tomado por asalto al siglo XXI. Por supuesto, no me refiero a casualidades o actitudes espontáneas. Se trata de estrategias de exploración del deseo. Son los rastros de un tiempo que está desplazándose frente a nosotros sin que aún podamos describirlo. Son acciones asociadas al performance a través del cual le damos sentido a nuestras identidades, preferencias, gustos y relaciones. La ciudad y la tecnología touch son un buen ejemplo de ello. En ambas el desplazamiento de los sentidos por la superficie puede ser más importante que las informaciones consumidas y dejadas atrás.

El verano pasado estuve en Buenos Aires. Llegué cargado de centenares de ciudades que guardaba en mi cabeza gracias a los comentarios de conocidos, a las lecturas de toda la vida, a la pesquisa hecha en internet y a los mapas turísticos estudiados con anterioridad. Toda esta información previa fue rechazada de inmediato por la ciudad. Cansado de recorrer Palermo buscando aquel lugar en las palabras e imágenes de otros recordé, de pronto, un verso de Borges: “los hombres compartieron un pasado ilusorio”. De inmediato detuve mi rutina y dejé fluir otras partes del poema: “Un almacén rosado como revés de naipe”, “algún piano mandaba tangos de Saborido”, “una cigarrería sahumó como una rosa el desierto”. Y así, ya extenuado de buscar lo que no existe llegué a una esquina definitiva en las palabras de Borges: “A mí se me hace cuento que empezó Buenos Aires”.

A partir de esa revelación desapareció Buenos Aires “for export” y apareció la ciudad. La máquina que hacía ruido y no permitía que me encontrara en aquel lugar dejó de sonar. Emergió, entonces, el susurro de la máquina feliz que refiere Barthes. La sensorial e informe, pero seductora, movilidad del presente ofreció otros recorridos, diferentes aproximaciones,  formas insólitas de conocimiento del espacio, rituales alternativos, movilidad y una semiosis únicamente posible en lo que Peirce denomina la “cualidad del sentir”. 

Nota: de este desplazamiento dejo unas imágenes que permanecieron meses guardadas en mi iPod y que, de ninguna forma, le servirán a un lector para conocer la ciudad.  
   




[1] Aquí voy a seguir la traducción castellana de Uxía Rivas (1999).