LA FOTOGRAFÍA, CARACAS DE NOCHE
Y EL GRAFITI:
UNA REALIDAD ARGUMENTADA
Sobre la mirada y el estilo se ha
dicho suficiente. Sobre quien mira y el registro levantado por esa experiencia
también. Sin embargo, sobre la trama donde todo esto ocurre nunca encontraremos
argumentos suficientes para cerrar un debate. Y el asunto no es que sea difícil
llegar a un pacto a través del cual logremos acordar puntos de vista. Es que la
idea de fijar un punto de vista, una perspectiva, un panorama absoluto resulta en sí misma una quimera. El problema, no obstante, es anterior a
las preguntas por el sujeto que mira: ¿quién busca? ¿Quién registra? ¿Quién interpreta? Por esa razón debemos retrocederlo hacia la profundidad de la siguiente afirmación: eso a lo cual nuestro
entendimiento ha llamado realidad —o para los que trabajamos con la imagen:
referente de la representación— es, sin duda, un tejido de relaciones
en permanente metamorfosis. Esto
quiere decir que la realidad no es estable, no es un dominio sólido y nunca está enmarcada en dimensiones definidas. Por lo
tanto, una imagen de la realidad no es un registro de la verdad, no es lo que atesoramos de un
tiempo pasado, no es un inventario de lo permanente ni la huella soberana de un individuo. Una imagen es todo lo
contrario: la imposibilidad de registrar la verdad, de atesorar la certeza de
un momento pasado y el rastro indefinible de una persona. Si esto es así, ¿a
qué llamamos fotografiar?
La fotografía, como todo proceso
de comunicación visual, es primero un ejercicio de observación. Por lo tanto, presupone
un movimiento de intervención sobre la realidad. Observar, sin duda, es
interferir, interactuar y afectar. La acción de fotografiar estimula, en muchos casos, una
maniobra invasiva. No en una sola dirección sino en muchas. Lo fotográfico disemina en la vida cotidiana un despliegue de
historias que nunca son originales, excluyentes o aisladas. Siempre son
alternativas. ¿Qué quiere decir esto? Primero que una imagen no es una verdad infranqueable sino una red de argumentos posibles. Segundo que una representación visual es,
a la vez, la suma de todos los destinos y todos los orígenes que pueden tener
esos argumentos. Esta idea la extraigo
de los experimentos de Feynman en física cuántica y de la siguiente premisa que
sobre el tema Hawking y Mlodinow explican en su libro El gran diseño: “para un sistema general, la probabilidad de
cualquier observación está construida a partir de todas las posibles historias
que podrían haber conducido a dicha observación”. Por supuesto, en su aplicación fotográfica nos alejamos de la
física y nos adentramos metafóricamente en los problemas de la representación
contemporánea.
Caracas de noche: trayectorias
alternativas
Adriana
Loureiro elaboró durante años un ensayo fotográfico titulado Caracas de noche: un diario fotográfico
sobre el grafiti y la ciudad. Yo tuve la suerte de llegar hasta él. Este
trabajo está compuesto por setenta y seis imágenes que hallamos sumergidas en tres
espacios. Ellos, aunque son diferentes, están destinados a fundirse sin poder evitarlo: la ciudad, la noche y el
grafiti: ¿tres realidades o tres discursos sobre la realidad? Para responder
voy —a partir de la disquisición ya hecha sobre la fotografía párrafos arriba— a situar mi reflexión
mucho antes de la pregunta por el sujeto. Y, desde ahí, voy a atreverme a realizar
la siguiente afirmación: es necesario ponderarlos como tres argumentos. Cada
uno de ellos elaborados por una mirada que no fija ni conquista: en realidad navega.
La noche, la ciudad y el
grafiti, en la serie de imágenes que nos ocupa, son activados por la acción de fotografiar.
Lo fotográfico, en sí mismo, no le pertenece ni al objeto mirado ni a la
representación posteriormente expuesta. No es un lugar ni un sistema. Es
aquello que yace circulando en ese espacio donde no reinan el referente o la
imagen; el mundo de los objetos o la fotografía. Esa condición que llamamos lo fotográfico es, a la vez, lo que circula y el lugar donde lo hace. Por lo tanto,
podemos apreciarlo como una acción que no abandona nunca su
estado inicial, es decir, su posibilidad de hacer. Es, en este sentido, un conjunto de funciones
y todo lo que puede ser dicho sobre ellas. Por lo cual, lo fotográfico es la manifestación de un tipo de realidad: una realidad argumentada. Eso es lo que percibimos en el trabajo
de Adriana.
La
ciudad, sumida en esa condición, es una forma y a la vez una inferencia. A ella
le pertenece la arquitectura fragmentada de los estratos sociales, la publicidad parasitaria
que etiqueta todo en la calle, la luz del final de la tarde y la artificialidad
de la iluminación eléctrica cuando el sol se ha ido, los caminantes y los autos apreciados como
entorno. Ella está comentada por la disposición de los encuadres, el discurso de
la luz y todos los efectos de la técnica seleccionados por el fotógrafo.
También, la ciudad es reciclada, reinterpretada y elaborada por la acción de los grafiteros:
una suerte de daimones que dejan marcas sobre marcas en su tránsito hacia
ninguna dirección. Seres-simulacro cuyo lenguaje, tiempo y velocidad contrastan con el del resto de los ciudadanos. Lo urbano es, en las fotografías, todo eso que nos refiere a dimensiones, coordenadas y materias y, también, aquello deviene en discurso: lo
recorrido, lo mirado, lo marcado y lo expuesto.
La noche, por su parte, es el
tiempo cronológico habitado por los ciudadanos: sus horarios, sus ritmos y las
metas establecidas en las urgencias cotidianas. Asimismo, es la ficción engendrada
por la técnica fotográfica, los gestos y los cuerpos de los grafiteros; también
la simbología de las manchas que dejan sobre las calles y las avenidas. Es la suma
de lo visto y lo sugerido, lo encontrado y lo restituido. Es lo que circula ahí
y el sistema que lo hace circular desde la cultura visual. La noche, por lo
tanto, es una forma y un argumento escenográfico. Es aquello capaz de lanzarnos
hacia la Caracas grafiteada de nuestra vida cotidiana y retrocedernos
hacia argumentos fílmicos restituidos en las imágenes: Blade Runner, Dark City,
Batman Begins y Apocalypse Now entre otros.
El grafiti, finalmente, es el
código ofuscado de toda la ficción que Adriana Loureiro nos despliega y a la
vez la liberación del espacio del lenguaje visual. Es, desde lo críptico de su sistema expresivo, de donde emergen los argumentos que proponen un mundo alternativo. Un lenguaje
donde la ficción es capaz de dotarse con su propia estructura argumental, donde
el referente es en sí mismo el conjunto simbólico de las formas que percibimos.
Desde el grafiti lo fotográfico se constituye como una suerte de realidad argumentada.
Los códigos —el aka, las firmas, las máscaras, sus sombras, el spray, las
rutinas, las modas, los gestos, los tipos de cuerpo y las formas de negar el
cuerpo—desplegados
por esos seres nocturnales que recorren, en un tiempo y ritmo distintos a los
nuestros las calles y las avenidas, dan forma y argumento a esa realidad.
La suma de todos los
destinos y todos los orígenes
La
ciudad no comienza ni termina en el trabajo de Adriana Loureiro. No lo hace
porque cada fotografía nos abre a un destino que modifica los otros. La
mirada afecta el espacio y propicia la suma de todas las alternativas que
pueden ser narradas una y otra vez ahí. A diferencia de lo que muchos puedan
apreciar, yo sostengo que no hay inframundo ni underground absoluto en esta
serie fotográfica. En verdad hay otro tipo de laberinto. Uno que no está arriba
ni debajo de algo y comienza cada vez que volteas hacia un lado. Ahí no hay
héroe, hay escritura. No hay historia, hay argumentos. No hay sistema, hay
habla. Esta última es la producida por todo aquello que se mueve en la noche.
Es el efecto del ojo fotográfico que navega y adopta la mirada de las gárgolas,
el viaje de las sombras, la aparición de los daimones, las cualidades de la
luz, la incertidumbre de los espacios y los cambios de velocidad. Por eso, la
geometría de la realidad en Caracas de
noche: un diario fotográfico sobre el grafiti y la ciudad es similar a la
que Borges describe en Tlön: “La base de la geometría visual es la superficie,
no el punto. Esta geometría desconoce las paralelas y declara que el hombre que
se desplaza modifica las formas que lo circundan”.
La
realidad argumentada en este ensayo fotográfico no es un sistema ni una
totalidad. Cuando me referí a un laberinto que comienza en cada cruce no es
porque hay una estructura que en su despliegue siempre es igual a sí misma y
por eso nos confunde. Es debido a que, como un laberinto cuántico, el presente
y el pasado de nuestra acción es indefinido. Por eso, aquí la fotografía no es
historia sino despliegue. Como en la multiplicación azarosa de las marcas
urbanas las imágenes elaboran la ficción de esa Caracas nocturna. Ciudad que no
es una autonomía sino un espectro de posibilidades. Esto nos indica, si miramos
una vez más desde el universo de Borges, que Adriana ha hecho un trabajo similar al de los metafísicos de Tlön; ellos en
sus investigaciones “no buscan la verdad ni siquiera la verosimilitud: buscan
el asombro”.
@jisaacmeneses me encanta lo que hacen. se pueden seguir en twitter o alguna red social?
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