Joyas Vivas
Fotografías del
patrimonio escultórico del Cementerio General del Sur
El objeto desempeña un papel dramático, es de
pies a cabeza un actor en la medida en que desbarata cualquier simple
funcionalidad. Y por ese motivo me interesa.
Jean Baudrillard
La “muerte
viva” es aquella que permanece en el discurso humano con su carga cultural;
referida a una trascendencia y a una tradición. Es la que continúa, como
símbolo, vinculándonos a nuestra existencia y no a nuestra desaparición. Es, a
la vez, el salvoconducto que nos permite el ritual de “pasar a mejor vida”. Sin
embargo, no es un misterio señalar que eso se ha perdido en nuestra sociedad
serializada, apurada y sumida en la hipertecnología. Hoy la muerte está
escondida tras las cifras de las estadísticas oficiales o se encuentra
distanciada gracias al escándalo de las noticias de sucesos, la cirugía
plástica, la moda y todo el sistema mitológico de nuestro mundo espectacular.
Volver al
Cementerio General del Sur —o bien a “tierra de Jugo” como nos indica Jesús
Caviglia, en el libro Joyas Vivas, que
le denominaban nuestros antepasados al camposanto del oeste de Caracas—, a
observar y registrar el patrimonio escultórico que ahí permanece, ¿es un
retorno a esa “muerte viva" o es un ejercicio de añoranza? Yo diría que el haber
hecho este libro es un acto ritual en tres direcciones. La primera está
asociada al reencuentro asombroso con el imaginario de la muerte que la
sociedad caraqueña tenía en el siglo XIX y principios del XX: el significado de
las imágenes custodias de las tumbas, sus expresiones patéticas y piadosas, la
tradición religiosa que les da sentido, la marca social implícita en sus
dimensiones y materiales, la dignidad del muerto y la tradición de la familia,
lo que fue silenciado y todo aquello que comenzó a ser dicho. La segunda nos
remite a la historia del arte en Venezuela: sus autores y los estilos, los
delirios neoclásicos de Guzmán Blanco, la búsqueda de identidad y estructura a
través de las formas bellas y correctas, y el carácter cosmopolita de una
ciudad en reconstrucción. Finalmente, el tercero está en la fotografía: el ojo
y el pensamiento que registran no una historia sino un mapa de la sensibilidad,
del detalle y la comprensión del espacio. La fotografía reúne la posibilidad de mirar desde el
presente y conectar con esas condiciones que en el pasado le dieron sentido a
las esculturas. Es una relación que nos seduce. Se trata de una mirada del presente,
que nunca intenta engañarnos, capaz de revelarnos la presencia de una cultura
hoy desconocida y las señas del tiempo transcurrido. No hay nostalgia; estamos
frente a una mirada seducida por el arte y el tiempo.
Las
fotografías de Orlando Monteleone en Joyas
Vivas nos remiten más a un ritual de la vida que a una memoria de la
muerte. Las imágenes prodigiosas recogidas en este libro cumplen aún el
cometido de reunir, en un espacio estético, a los presentes y a los ausentes.
Lo seguirán haciendo sin importar el abandono al que puedan llegar a estar
sometidas. Esas tumbas han sido el lugar de descanso para los fallecidos y, a
la vez, han acogido con elegancia a los visitantes. Son el espacio del difunto
y, también, de la familia y de toda la cultura que los reúne en la vida y en la
muerte. Apreciarlo en este bello libro es detenernos, estéticamente, una vez
más en la idea de que vivir debería incluir “una buena muerte”.
Lo religioso-espiritual que tambien proyectan las imágenes,como una aproximación mas conciliadora con la muerte basado en la creencia que después de la muerte hay otra vida o una mejor vida. Al acercarnos a los elementos simbólicos de muerte,nos hace sentir mas vivos que nunca.
ResponderEliminarExcelentes fotos y las esculturas son para disfrutar.
ResponderEliminarGracias por este artículo.
Adolfo Blanco
Muy bueno Humberto, sabes que Ricardo Ferreira,fotógrafo venezolano, hizo un trabajo similar en los 80 y se ganó un premio CONAC de fotografía con esas fotos. Si lo consigo te aviso... éxito.
ResponderEliminarJorge