URBIT ET ORBI
La primera década del avatar
“Darth Vader: I am your father.
Luke: No. No. That's not true. That's impossible!”
Star Wars film
Hoy la mayoría de las corrientes de pensamiento afirman que estamos en un mundo en crisis. Esto es completamente cierto y sólo basta estar vivo para saber que las civilizaciones, las sociedades, las distintas manifestaciones de la fe y la constitución de nuestra propia forma humana son, apenas, una serie de tablones inestables sobre los que caminamos a nuestro riesgo. Es cierto que la vida, a diferencia de algunas muertes, no es una elección. Pero podemos caminar por la inestabilidad tan lento como un hikikomori o tan veloz como un kamikaze. Ahora bien, el asunto nos lleva a una pregunta inevitable ¿acaso no hemos estado los seres humanos siempre en crisis? ¿Existe alguna época de plena seguridad? La historia, que usualmente es la historia de las guerras, las pestes y las transformaciones políticas, sociales y geográficas pareciera mostrarnos que no.
La primera década del siglo XXI pertenece aún a la era de la nostalgia del absoluto como la entiende George Steiner, de la relatividad de Albert Einstein, de la indeterminación de Werner Karl Heisenberg y de genética molecular de Watson y Crick entre otros. Es, también, la de la evolución digital y de todas las tecnologías que se transforman con la prisa monetaria de la economía byte. Son 10 años sin nombre como me aclaraba Margarita D’Amico en una entrevista reciente. Es un lustro donde toda palabra es apócrifa, todas las relaciones son abstractas y todas las marcas del tiempo, el espacio, el individuo y el colectivo están sujetas a la ficción.
¿Puede en este contexto hablarse de tribus y tribalismo? ¿Hay una identidad primitiva aún entre nosotros? McLuhan afirmó con mucho tino que la era eléctrica no se presenta como un espacio visual continuo sino como un ambiente donde todo es simultáneo, donde todo se da a la vez. Esto nos devuelve al estado propio de una conciencia primitiva. Así las cosas, es válido afirmar que lo electrónico no ha hecho más que acentuar esto. Referirse a la cultura urbana contemporánea es apuntar a un espacio abierto y con una geometría variable. Urbit supone Orbi en la globalización pero no como fue entendida desde el domino imperial o papal en Roma. Los espacios de la Urbit son para nosotros interiores y exteriores a nuestra constitución biológica, espiritual e intelectual. El Orbi no es un sólido territorio geopolítico, es aquello capaz de modificase con las transformaciones provocadas por nuestros deseos, con nuestra simultaneidad.
Para Michel Maffesoli el posmodernismo supone la sinergia entre lo arcaico y el desarrollo tecnológico. Ahí conviven sus ideas sobre las tribus y los nómadas contemporáneos. Estas últimas apoyadas, con gran acierto, en un movimiento del ser humano hacia lo común donde el hábito, el aura, la proxemia y el vitalismo generan las marcas de identidad. Sin embargo, en nuestra Caracas postmoderna; fragmentada por las desigualdades ¿hay semejante agrupación? Efectivamente, encontramos góticos, emos, hip-hop, rastas, otakus, tukys, metaleros y muchos otros grupos que han alimentado las disquisiciones de este intelectual francés. Una muestra la hallamos en el ensayo fotográfico de Raquel Cartaya que acompaña este escrito; ahí ella recoge visual y conceptualmente la tendencia gótica de la cultura underground de nuestra ciudad. Pero, ¿es, realmente, una sensibilidad común aquello que los reúne o estamos frente al agrupamiento de los seres humanos alrededor de las marcas visuales que los des-humanizan?
Aquí la separación con respecto a lo humano no es negativa. Es el distanciamiento simbólico que hoy tenemos de la imagen de la Creación de Adán en los frescos de Miguel Ángel en la bóveda de la Capilla Sixtina. La identidad, para nosotros, es la de la marca visual lanzada hacia adelante en el graffiti, en el maquillaje dark, en los piercing o en el tatuaje entre otros. Piel de ciudad y piel de ciudadano son una unidad en ese sentido. ¿Acaso somos agrupación discursiva y no tribu? La mitologización del individuo en las marcas colectivas de la Caracas del siglo XXI no es trascendental, es temporal. La ficción del sí mismo lleva el ritmo del deseo, no la norma de la ética. Su sistema no es el de los cuentos alrededor del fuego, es la interminable modificación de la identidad en Facebook. Tal vez porque ya no estamos en el siglo del individuo ni en el de la persona, sino en la primera década del avatar.
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