lunes, 6 de septiembre de 2010



“Who wandered around and around at midnight in the
railroad yard wondering where to go, and went,
leaving no broken hearts”
Howl, Allen Ginsberg





LA CARACAS INVISIBLE EN EL CARTEL POP DE YANETH RIVAS


Hay una ciudad invisible que nos respira encima, nos rodea y determina; ausente de los mapas y las historias tradicionales. Es la que termina revelándose en la mirada inestable de quienes cumplen el ritual de deambular, marcar y desear desde lo anónimo; como lo hace Yaneth Rivas en su tránsito por el laberinto “hardcore” que es la Caracas profunda. “Sólo el que sabe oler la noche y rastrear la calle tal cual sabueso, tal cual el ave”, como dice la lírica del grupo venezolano System Crew, puede entender la vida de esa urbe tensada hacia los límites de sus espacios; donde ocurren  insólitas experiencias humanas. Y, quizá, no humanas.

 De este lado del planeta, en Latinoamérica, unos recorren las avenidas como pueden, otros están obligados a habitarlas y pocos asumen el riesgo de errar, a través de ellas, movidos por el deseo de la mirada. Y es que el mapa de cualquier metrópolis puede ser la representación gráfica de un territorio visible o la experiencia invisible de un circuito vacilante. El primero está en las fotos turísticas de las publicaciones oficiales. El segundo en las imágenes movidas de aquellos que usan los buses y el metro, ruedan por las autopistas o flotan en los ríos que las cruzan, caen del cielo desde los satélites de Google o saltan desde el fondo de las alcantarillas cuando el hambre pega. Hay quienes cuelgan de las ventanas de los rascacielos mientras otros escapan delante de las balas de policías, ladrones, amantes celosos, fanáticos o políticos.

 Caracas, la invisible, late entre sus habitantes de muchas formas. Es una urbe ilustrada, empapelada y tatuada. Sus espacios aparecen tomados a diario con saña pornográfica y canibalizados con desesperación. Es la ciudad de los ojos, de los testigos, de lo expuesto a través de las relaciones visuales. También de los ciegos y los adaptados a formatos mediáticos.  En el  juego de lo superpuesto sus paredes han acogido miles de kilómetros de spray, papel y basura.  En la porosidad de su ineptitud social los límites —públicos y privados— han dejado de contener a los delincuentes, a los invasores y a todos los que se cuelan en el discurso circular de la ausencia de verdad. Para quienes observan sus misterios las calles son un archivo gráfico lleno de carteles, esténciles y murales efímeros. Para los que transitan desprevenidos es el lugar de los gritos, los aullidos y los mordiscos anónimos, hechos por seres insólitos, que miran, desde el  misterio de unas firmas irreconocibles, a los ciudadanos que pasan a su lado una y otra vez.  Yaneth Rivas, artista-caminante,  se cuela entre la doble ficción de observadores y transeúntes para estetizar, a través de las mitologías de la periferia, por acumulación  y multiplicación.

La invisibilidad es una consecuencia del movimiento, por eso la Caracas de las miradas es una capital borrosa; escondida tras el silencio político y petrolero que los medios distribuyen a través del planeta. Es la de los iconos pop de nuestro imaginario —Walter Martínez, los policías de Caracas, Irene Sáez o Lina Ron, Popy, José Gregorio Hernández y muchos otros— reconstruidos con ironía por  esta  artista venezolana en lo que podemos llamar, desde Marshall McLuhan, un anti-ambiente tecnológico; pero también anti-mediático, anti-moda, anti-cultura (como contra-cultura) y anti-poder. Un espacio estético camuflado por la cotidianidad de miles de mensajes bastardos, caníbales y anónimos que recitan furiosos como lo hace el dúo de raperos CAN+ZOO en el verso: “tú sabes quien soy yo, yo no sé quién eres tú”.
     
Los discursos de la urbe profunda son visibles sólo a gran velocidad. Están en las firmas de quienes la recorren con una lata de spray en la mano, en las huellas de los Converse desgastados de tanto “patear el pavimento”,  en el espacio que hay entre un cartel y otro, en las bicicletas-prótesis que derrapan mientras danzan sobre el asfalto, en los piercing donde lenguas enganchadas recorren un beso, en el tatuaje que no es un dibujo o en el Scratch que no araña un disco sino que marca el mapa de los deseos. Ahí donde se movilizan tribus que existen únicamente por el simple motivo de transitar y mirar.  Donde la acción visual de Yaneth despliega lo obvio sobre lo obvio, lo urbano sobre lo urbano, lo popular sobre lo popular, lo desechable sobre lo desechable sin olvidar la naturaleza transparente de nuestra ciudadanía.



1 comentario:

  1. Es lindo. Tiene "musicalidad" al leer. Quizá no entendí nada, pero fue agradable.
    Ahora me empiezo a preguntar cómo ve usted la ciudad.

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