UNA MÁQUINA FELIZ: HAY QUE DARLE
TIEMPO A BUENOS AIRES
A Didi, por el “susurro del lenguaje”.
Charles S. Peirce, en un artículo intitulado Tricotomía[1], desarrolla, entre otras
cosas, la idea de eso que llama: la conciencia singular o simple. Con este término hace alusión a un fenómeno de la percepción sensible. En él es revelado, a nuestro ser
consciente, lo “inmediatamente
presente”. Es
decir, en la conciencia singular son activadas todas las operaciones semióticas referidas a una
sensibilidad anterior a la información. Se trata de un estadio previo a cualquier análisis porque está distanciado del pensamiento
que pondera la realidad y ordena los discursos. Es un paso aún lejano del dato concreto y
de la interpretación. Es, también, el ámbito de nuestra conciencia que antecede a la memoria y al
documento. Es la percepción de todo aquello capaz de fluir sin detenerse, sin
ordenarse frente a un examen. Es, en sí misma, la percepción que existe como sensación pura antes de toda categoría lógica. Ahí los signos son posibilidades
y no hechos, son cualidades del sentir y no argumentos; existen porque son
percibidos pero no porque estén referidos a una ley.
Este primer estadio
sensorial del conocimiento, al que Peirce concibe como siempre fresco, siempre
nuevo y en el que destaca “una multiplicidad sin límites”, le preocupó y ocupó buena parte de su vida. En
una mini biografía
sobre este filósofo
norteamericano Karina Vicente nos refiere a su preocupación por “desarrollar los aspectos
sensoriales del conocimiento” y el énfasis con que se dedicó al desarrollo del gusto. A
tal nivel que la biógrafo nos relata cómo llegó a convertirse en un “degustador profesional”. Las sensaciones, por lo tanto, son en Peirce el ground de toda percepción y, ahí, se aloja una parte significativa
del conocimiento.
Nada hay más contemporáneo que la correspondencia
entre lo sensorial y la exploración. Uno puede pensar que esto ha existido siempre y es
verdad, sin embargo divagar, navegar, errar y otras tantas experiencias laberínticas son también formas del conocimiento que
han tomado por asalto al siglo XXI. Por supuesto, no me refiero a casualidades
o actitudes espontáneas. Se trata de estrategias de exploración del deseo. Son los rastros
de un tiempo que está desplazándose frente a nosotros sin que aún podamos describirlo. Son
acciones asociadas al performance a través del cual le damos sentido a nuestras identidades,
preferencias, gustos y relaciones. La ciudad y la tecnología touch son un buen ejemplo de ello. En ambas el desplazamiento de
los sentidos por la superficie puede ser más importante que las informaciones consumidas y dejadas atrás.
El verano pasado
estuve en Buenos Aires. Llegué cargado de centenares de ciudades que guardaba en mi
cabeza gracias a los comentarios de conocidos, a las lecturas de toda la vida,
a la pesquisa hecha en internet y a los mapas turísticos estudiados con
anterioridad. Toda esta información previa fue rechazada de inmediato por la ciudad. Cansado
de recorrer Palermo buscando aquel lugar en las palabras e imágenes de otros recordé, de pronto, un verso de
Borges: “los
hombres compartieron un pasado ilusorio”. De inmediato detuve mi rutina y dejé fluir otras partes del poema:
“Un almacén rosado como revés de naipe”, “algún piano mandaba tangos de Saborido”, “una cigarrería sahumó como una rosa el desierto”. Y así, ya extenuado de buscar lo
que no existe llegué a una esquina definitiva en las palabras de Borges: “A mí se me hace cuento que empezó Buenos Aires”.
A partir de esa
revelación
desapareció Buenos
Aires “for
export” y
apareció la
ciudad. La máquina
que hacía
ruido y no permitía que
me encontrara en aquel lugar dejó de sonar. Emergió, entonces, el susurro de la máquina feliz que refiere
Barthes. La sensorial e informe, pero seductora, movilidad del presente ofreció otros recorridos, diferentes
aproximaciones, formas insólitas de conocimiento del
espacio, rituales alternativos, movilidad y una semiosis únicamente posible en lo que
Peirce denomina la “cualidad del sentir”.
Nota: de este desplazamiento dejo unas imágenes que permanecieron meses
guardadas en mi iPod y que, de ninguna forma, le servirán a un lector para conocer la
ciudad.
Bonito texto, Humberto. Deberías ir armando un libro de ensayos.
ResponderEliminarMil gracias Leopoldo. Un abrazo
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